Abrió la ventana y la tormenta prometía una noche lluviosa.La oscuridad haría de su lugar uno más en la ciudad aunque no tuviera del todo claro dónde estaba ese lugar.A veces lo cotidiano por su cercanía aparecía insulso casi sin sentido.Miraba a través del vidrio de la ventana como quien mira su vida sin verla porque arreciaba la tormenta.
Una sensación de extrañeza hizo que sus pensamientos lo llevaran a lugares que creía olvidados.Hace tiempo esa no pertenencia lo había colocado en un claro desconcierto, a veces, y en un alivio, otras.Desde la distancia pensar algunas cosas la hacen más soportables, pensar que le pasó a otro es más liviano: una tragedia familiar, difícil de poner en palabras.
A qué lugar pertenecía ese dolor viejo casi inexplicable.¿La ajenidad y la pertenencia nos definen? Los dolores viejos se entierran en el pasado hasta que algún grano de sal los hace aflorar, ¿menguados por el tiempo?¿ gastados por el dolor mismo?.Mientras miraba las nubes negras que prometían lluvia su ánimo parecía guarecerse en el recuerdo de su primera partida.Aquélla en la que había decidido que su vida estaba en otra parte, no en ese pueblo olvidado del mundo.Y aquel viaje lo había traído a un lugar que por ser tan familiar,ahora, se había vuelto extraño.Volvía a preguntarse si la vida estaba en otra parte.
Un momento casi eterno en el que aparecen preguntas a las que no siempre se pueden responder; igual decidió seguir con ellas de frente a la tormenta.Sentía como si su alma cambiara de piel, desgarrándose en un soliloquio interminable.Los viajes dan una sensación de tránsito, y es lo mejor de ellos, no la llegada ni la partida sino el transcurso, una suspensión en el tiempo cotidiano;de este modo él sentía no tener que decidir nada.Pero el viaje había terminado y estaba frente a la tormenta.
Sin ambagues giró sobre sí mismo, terminó de vestirse y salió a la calle.Antes de abrir la puerta tragó saliva y al asomarse la lluvia refrescó su cabeza, recordándole que estaba vivo.
Una sensación de extrañeza hizo que sus pensamientos lo llevaran a lugares que creía olvidados.Hace tiempo esa no pertenencia lo había colocado en un claro desconcierto, a veces, y en un alivio, otras.Desde la distancia pensar algunas cosas la hacen más soportables, pensar que le pasó a otro es más liviano: una tragedia familiar, difícil de poner en palabras.
A qué lugar pertenecía ese dolor viejo casi inexplicable.¿La ajenidad y la pertenencia nos definen? Los dolores viejos se entierran en el pasado hasta que algún grano de sal los hace aflorar, ¿menguados por el tiempo?¿ gastados por el dolor mismo?.Mientras miraba las nubes negras que prometían lluvia su ánimo parecía guarecerse en el recuerdo de su primera partida.Aquélla en la que había decidido que su vida estaba en otra parte, no en ese pueblo olvidado del mundo.Y aquel viaje lo había traído a un lugar que por ser tan familiar,ahora, se había vuelto extraño.Volvía a preguntarse si la vida estaba en otra parte.
Un momento casi eterno en el que aparecen preguntas a las que no siempre se pueden responder; igual decidió seguir con ellas de frente a la tormenta.Sentía como si su alma cambiara de piel, desgarrándose en un soliloquio interminable.Los viajes dan una sensación de tránsito, y es lo mejor de ellos, no la llegada ni la partida sino el transcurso, una suspensión en el tiempo cotidiano;de este modo él sentía no tener que decidir nada.Pero el viaje había terminado y estaba frente a la tormenta.
Sin ambagues giró sobre sí mismo, terminó de vestirse y salió a la calle.Antes de abrir la puerta tragó saliva y al asomarse la lluvia refrescó su cabeza, recordándole que estaba vivo.
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