domingo, agosto 06, 2006

De cuando el campeador libró su última batalla.

Por Claudia Bazán


Después de tantas vueltas e internas parece que tenemos técnico en la selección nacional y que volvió el fútbol los domingos, pero qué suerte que los mundiales son cada cuatro años, porque sufrir como sufrimos el mundial, me acuerdo de cuando...


Llegó el viernes. ¡El bendito viernes! Eso esperábamos, una bendición que desde el cielo nos hiciera creer que podríamos ser los mejores del mundo si pasábamos el pequeño escollo de ese día, si ganábamos o el gran fraude, si perdíamos. Porque los argentinos somos llorones como el tango, un corte y una quebrada y escuchamos los himnos respectivos. El partido comenzó. Argentina aparecía centelleante en el arco rival pero con poca certeza, esa certeza que te da el gol cuando entra y se convierte en el grito de un país que se olvida por un rato de quién es o lo que va a ser. No importaba nada, las calles estaban vacías, las ciudades detenidas, se abrió una especie de grieta que nos suspendió en el tiempo y en el espacio. ¡Cuando llegó el gol vino la alegría, podemos!!!! ¡Sí podemos, podemos ser los campeones si queremos!!!!!!

Jugamos bien, hablo en plural porque allí jugamos millones de argentinos, dejamos todo por la camiseta, hasta el cansancio, hasta que no pudimos, hasta que el azar quiso que no fuéramos los que podríamos ser y, finalmente, no fuimos. Fue el azar, la mala suerte o el trébol de cuatro hojas de los alemanes, quienes empataron a los pocos minutos que se fue “el Pato”, a punto de terminar el segundo tiempo. ¡Pobre Pato, cómo sufría! Fue la desgracia o algún embrujo de los brasileros, sus dioses estarían festejando tanta eficacia.

Fue un descuido, la defensa quedó debilitada sin la presencia inmunizante del Pato, todo flaqueó, también nuestras almas. Había que ganar en el segundo tiempo pero no llegamos, quisimos pero no pudimos. ¡No hay nada peor que querer y no poder! ¡Cuánta impotencia! ¡Un país impotente, qué tragedia! Faltó el tiro quirúrgico que nos evitara padecer el tiempo suplementario. Los alemanes querían llegar a los penales.

Cuando la angustia era proporcional a la impotencia empezó la agonía, llegó el alargue y con él el cansancio y Messi que no entraba, ¡pero cómo! si todos creíamos que era el salvador. Somos un país que busca siempre salvadores aunque después nos defrauden. Este no llegó, pero sí llegaron los penales que despejaron la cancha dejando al arquero solo en la encrucijada de su vida. No es exagerado, un país le respiraba en la nuca. Somos futboleros, pasionales y tangueros. Todo en ese orden porque terminamos llorando como en el tango.

Finalmente la tragedia se concretó, el arquero alemán tenía macheteado la forma de patear de cada uno de nuestros chicos… ¡pero cómo! siempre se prohibieron los machetes, si hubiera sabido estudiaba fútbol. Y sí, la pelota no entró todas las veces que debía, si escribo debía es porque nos debe la alegría que se empeñó en quitarnos. ¿Cómo se atreve?, ¡si Argentina jugó mejor! ... ¿qué clase de deporte es el fútbol que depende del azar y de la suerte? En fin, todo terminó, con mucha tristeza, ver llorar a los jugadores me dolió, pero quizás lo que más me dolió fue volver a la cruda realidad de todos los días, a las noticias, ésas que nos recuerdan el país que somos o que quieren hacernos creer que somos. Y buehh la felicidad es así ,corta y huidiza... se nos escapó esta vez, pero allá iremos Sudáfrica y demostraremos, que al menos, en el fútbol aunque sea un juego o la parodia de la guerra como dicen algunos, ¡somos los mejores del mundo!

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