Los tiempos oscuros habían comenzado en marzo del 1976.La botas trataban de silenciar con su paso feroz a los militantes de la vida.Los asesinatos de los curas Gabriel Longeville, Juan de Dios Murias y del laico Wenceslao Pedernera, obligaron al Obispo Angelelli a buscar la verdad sabiendo que , tal vez pronto, sería su turno.-Es a mí a quien buscan; si me voy, me van a matar las ovejas- dijo el Obispo antes de partir a buscar datos sobre los asesinatos en Chamical.
Así como tantas veces había estado al lado de los campesinos ayudándolos a formar cooperativas y enfrentando a los terratenientes, así seguía del lado del apostalado de la justicia, y por lo tanto, decidido a buscar la verdad.Ofició la misa en Chamical en cuya homilía denunció los crímenes.Luego partió por los caminos polvorientos de La Rioja junto al padre Arturo Pinto;habían logrado reunir bastante información.
Tomaron el camino enfrentando a los llanos desolados por la siesta.Nada parecía perturbar la paz del viaje.El padre Pinto miró hacia atrás desde la camioneta pero el silencio le devolvió la tranquilidad, hasta que de la nada apareció un auto. -Y ¿qué quiere éste?- le dijo el Obispo que no pudo esperar respuesta ya que el auto lo obligó a maniobrar para evitar el choque... que,finalmente, terminó dando tumbos.Todo se detuvo hasta que los verdugos se acercaron para terminar su obra, sin testigos simularon un accidente ya que las huellas dejadas en su cráneo confirman golpes certeros.Desaparecieron la camioneta y la carpeta con toda la información, el Padre Pinto despertó en un hospital mientras que el Obispo quedó tirado sobre el camino,solo con su muerte.
Rompieron sus huesos pero no su alma que se quedó con quienes amaba.Amaba esa tierra y a su gente, amaba a Jesús y era consecuente con ello, cada día.Como aquél en que viajaba en su auto por los bosques riojanos y se detuvo al ver a un grupo de lugareños llevando en andas a un joven muerto por el mal de chagas.Lo había conmovido esa víctima de la pobreza y el abandono que no tenía féretro.No había madera para su muerte.
Se quedó , caminó junto a ellos, los acompañó con su bendición en el entierro y, al volver, consecuente con su vocación, dijo en la misa oficiada en La Rioja:-¡Qué pecadores que somos que ni siquiera en nuestra tierra los trabajadores de la madera, de la leña, de los árboles, pueden tener un ataúd para los hombres de trabajo, para sus compañeros de trabajo!- Frente a él estaban, escuchándolo entre los fieles, el brigadier Aguirre y el coronel Pérez Bataglia.Tal vez allí se firmó su sentencia de muerte.El 4 de agosto de 1976 moría un cristiano ejemplar y nacía un mártir para su pueblo
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