Como es habitual, el 1º de mayo celebremos el día del trabajador como reconocimiento a la lucha gremial que reclamaba los derechos del proletariado y adjudicaba justicia y reconocimiento laboral. Junto a otras fechas, es digno de feriado y descanso para la sociedad, y además se genera una suerte de patriotismo utópico donde se consumen comidas tradicionales y se organizan veladas colmadas de referencias ancestrales.
En 1853 se sancionó la constitución cuyo artículo 25 decía: El Gobierno Federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir y enseñar las ciencias y las artes.
Cuenta la historia que a comienzos del siglo XIX, cuando Europa sufría cambios estructurales sociopolíticos y el desarrollo industrial comenzaba a marginar a los “incapaces laborales”, Argentina abrió sus puertas a los habitantes europeos (preponderantemente italianos y españoles) para comenzar con un proyecto inmigratorio a fin de hacer “la pequeña Europa”. Los inmigrantes, medidante la incitación de gobernantes argentinos a instalarse en el país, eran los desarraigados que buscaban el propósito de nuevos objetivos y mejor forma de vida, a Argentina llegaron los excluidos del pequeño continente.
Por lo tanto, se sirven en la mesa familiar almuerzos o cenas que remiten a historias pasadas, incluso nos devuelven a nuestros comienzos patriarcas. Uno de ellos es el popular Locro. Este guisado se ha transformado en una excelencia nacional, y tomo el auge de plato típico… y en realidad, era común debido a su escaso valor comercial, considerando la situación económica nacional, rebuscar la salvación derivó en inventar comidas abundantes, nutritivas y económicas.
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